Modelo

La figura de Jerónimo, y no solo su obra, ha dejado una huella notable desde su tiempo hasta la actualidad. En su Historia calamitatum, el filósofo Pedro Abelardo (1079-1142) se vale de una interesada idealización de la vida del de Estridón para proponerse él mismo como un nuevo Jerónimo, perseguido a causa de su erudición: sicque me Francorum invidia ad Occidentem sicut Jheronimum Romanorum expulit ad Orientem, ‘y así la envida de los francos me echó hacia Occidente como a Jerónimo la de los romanos hacia Oriente’ (HC 13). Como le confía a Heloísa, en la Regla que Abelardo le entrega para el Paráclito se deja sentir la influencia del ideal monástico de Jerónimo, al que también había sido sensible la Regla benedictina en el siglo VI.

 

El que Jerónimo haya tenido tal impacto en un perfil a priori tan alejado del suyo como es el de Abelardo revela su ubicuidad en el pensamiento medieval. Su influencia se deja sentir en la Theologia Christiana de Abelardo, más en su faceta de polemista que de exegeta, y, quizá de manera más significativa, aparece programáticamente citado en el prólogo de Sic et non, la obra en la que el filósofo medieval examinaba críticamente citas patrísticas en contradicción. Para Abelardo, la actitud de Jerónimo hacia Orígenes es la que un cristiano ha de tener hacia los Padres de la Iglesia.

 

Abelardo no es, sin embargo, original. En el período que media entre ambos y desde un momento muy temprano, la figura de Jerónimo había sido objeto de una intensa mitificación, generándose numerosas leyendas que acabarían entrando en biografía, como la del león; en ellas se pueden distinguir las dos vertientes que fascinaron a Abelardo, la del monje rigorista y la del agudo intelectual. Por ejemplo, Próspero de Aquitania (ca 390-ca 455), discípulo de Agustín y primer continuador de la Crónica, proclama a Jerónimo mundi… magister, ‘maestro universal’ (Adv. Ingrat. 1,57), tan solo unos diez años después de su muerte.

 

La fama de erudición de Jerónimo se fundamenta en su actividad como biblista. Esta, al margen de su reputación de exegeta latino, que empezó a declinar tras la Edad Media, se centra en sus traducciones bíblicas, a las que debe la celebración actual del Día de la Traducción en su festividad. El modelo de Jerónimo como perfecto filólogo bíblico, experto en hebreo y griego, pervivirá incluso cuando sus errores resultaban ya evidentes a los especialistas: no es casualidad que la efigie de Brian Walton (1600–1661) que encabeza la Políglota de Londres lo represente en la misma pose que la mayor parte de los retratos de Jerónimo en su estudio, con las diferentes versiones bíblicas a su lado, incluidas las obras de Jerónimo.

 

El proceso de verter al latín los textos hebreos terminó por dejar su impronta en lo que sería conocido como “latín bíblico”, donde los giros de la Vetus se combinan con cultismos de la literatura latina clásica y neologismos acuñados por Jerónimo. Más relevantes, sin embargo, fueron sus cartas para fraguar su indiscutible hegemonía como modelo de la lengua latina durante más de un milenio: es ese estilo rápido y agudo, abierto tanto a términos antiguos como modernos, el que sería fervientemente imitado durante la Edad Media. Con la llegada del Humanismo, se buscó un estándar más cercano al ideal de una lengua latina de época clásica, y estilistas y gramáticos como Lorenzo Valla desplazaron a Jerónimo por Cicerón, sin por ello dejar de lucir a los ojos de los estudiosos renacentistas como modelo de cristiano docto en la misma cultura grecolatina pagana que comenzaba a desenterrarse.

 

Hagendahl 1958; Meershoek 1966; Mews 1988; Rebenich 1993; Vessey 2009.