José de Sigüenza, nacido José Martínez de Espinosa (1544-1606), perteneció a la Orden de San Jerónimo, fundada en el siglo XIV y solo activa en la península ibérica. A ella pertenecieron también figuras ilustres en el estudio bíblico que, afectos a la Reforma luterana, huyeron a Ginebra para evitar el juicio de la Inquisición: Casiodoro de Reina, que tradujo la Biblia al castellano tomando como base por primera vez manuscritos hebreos y griegos (la Biblia del Oso, 1569), y su compañero Cipriano de Valera, que en 1602 publicó la primera edición corregida de esta, luego conocida como la Biblia Reina-Valera, de gran difusión entre los protestantes.
Los jerónimos fueron establecidos por el rey Felipe II en el monasterio de El Escorial, que utilizó a la orden y a su santo patrono Jerónimo en beneficio de su programa ideológico: el edificio fue diseñado concediendo al santo un lugar privilegiado junto a san Lorenzo, pero mientras este había sido escogido como patrón porque su festividad coincidía con el día de la victoria en la batalla de san Quintín, Jerónimo fue elegido por encarnar los valores intelectuales, espirituales y dogmáticos de Felipe. En efecto, la figura de Jerónimo aparece en varios lugares estratégicos del edificio. Participaron como ideólogos de este plan Benito Arias Montano -insigne biblista encargado por el rey de la edición de la Biblia Políglota de Amberes- y el propio José de Sigüenza, que llegó al Escorial en el año 1589 y se hizo amigo y discípulo del primero. Allí ayudó a este y a fray Juan de San Jerónimo, al que luego sucedería como bibliotecario, en la catalogación de la Biblioteca del Monasterio, colaborando asimismo en el diseño iconográfico de las bóvedas.
Sigüenza tuvo que afrontar una denuncia ante la Inquisición, probablemente consecuencia de envidias internas por su proximidad al rey; sus enemigos aprovecharon su hostilidad hacia la teología escolástica y su defensa del estudio del hebreo para acusarlo de hereje, pero fue perdonado. Llegó a ser prior de la orden en el Monasterio.
Muy afamado como predicador y prosista admirado, además de comentarios a libros bíblicos y a Santo Tomás de Aquino redactó una Historia de la Orden de San Jerónimo, de la que esta Vida de S. Gerónimo constituye el preludio. La vida, extensísima, está dividida en seis partes, cada una dedicada a las distintas etapas de la vida del santo. Sigüenza erige a Jerónimo como baluarte en defensa de las herejías, identificando la época que le tocó vivir a aquel con la suya propia, un momento en el que de nuevo la Iglesia debe buscar su propia identidad frente a diversos ataques, entre los que figuran los judíos, el islam, los luteranos. Pretende distanciarse especialmente de la Vida de San Jerónimo de Erasmo (a pesar de que en otras obras recoge ideas muy próximas a este), que había suprimido los elementos legendarios de la tradición. Sigüenza los recupera, reivindicando especialmente la anécdota del león al que Jerónimo retira una espina de la pata o la supuesta dignidad cardenalicia de este, un anacronismo histórico rechazado por la hagiografía contemporánea. Ambos elementos respaldan las representaciones iconográficas del santo, pero además el atributo del león tiene una especial fuerza simbólica, como Sigüenza aclara inequívocamente:
En el pasaje, Sigüenza establece una –falsa– relación etimológica entre el término hebreo לֵב (leb) ‘corazón’ y לָבִיא (labiʔ) ‘león’, una palabra no muy frecuente en el canon bíblico. No es extraño, pues, que la imagen que inaugura el libro y que se puede ver en la exposición represente a Jerónimo trabajando, con el capelo cardenalicio colgado al lado y el león a sus pies.
La obra de Sigüenza es un ejemplo de la recepción española del santo: la orden de los Jerónimos estuvo especialmente ligada a la monarquía española, que vio en aquel la encarnación de las respuestas que España necesitaba en ese momento en su lucha contra la herejía. A la vez Jerónimo constituía un modelo para el autor porque le permitía situarse en una ortodoxia más abierta, que no excluía ni la crítica a las ceremonias exteriores y a la escolástica ni el gusto por la exégesis literal fundada en el conocimiento del hebreo sin por ello apartarse de las directrices de Trento.
Bataillon 1950; Campos y Fernández de Sevilla; Renoux-Caron 2009, 2015.