Preliminares

¿Cómo eran los libros en la antigüedad?

Responder a esta pregunta no es fácil porque la mayor parte de los libros se hicieron con material perecedero, como la madera o las hojas. Pero aun así, se han conservado algunos ejemplos que nos permiten hacernos una idea.

 

Los pueblos que habitaron en Mesopotamia hace casi 6000 años utilizaron tablillas de arcilla para dejar por escrito una voluminosa y variada literatura, además de textos de otros tipos. Sobre la arcilla aún blanda el escriba trazaba los signos con una caña que producía una incisión en forma de cuña, lo que se llama la “escritura cuneiforme”, que generalmente era muy menuda y apretada. Se escribía sobre ambos lados de la tablilla, que después se dejaba secar. Si la extensión del texto exigía usar más de una, se numeraban y en cada una se consignaba su contenido.

 

Los egipcios usaron como materia prima para sus libros el papiro, planta muy extendida en la zona y de la que tenían prácticamente el monopolio. Sobre una capa de fibras extraídas del interior de su tallo se colocaba otra con las fibras dispuestas en perpendicular, se aplicaba una capa de cola y, una vez seca, se pulía obteniendo así una superficie de la que se recortaban hojas. Estas se unían formando una larga banda de papiro sobre la que se escribía, generalmente solo sobre una de las caras; esta banda se enrollaba sobre un eje de madera o marfil dejando el lado escrito en la parte interna y, por tanto, relativamente protegido.

 

Precisamente por este hecho de estar enrollado sobre sí y por la necesidad de desenrollarlo para leerlo a este tipo de libro se le llama “volumen”.

 

Bajorrelieve del palacio de Tiglat-Pileser III (Nimrud, ca. 728 a.e.c.). El escriba de la izquierda está usando una tablilla (acadio y cuneiforme) mientras que el otro emplea un rollo, posiblemente de piel (arameo y lineal). (© The Trustees of the British Museum)

El rollo de papiro fue utilizado también como soporte literario por los griegos y por los romanos, que sucesivamente gobernaron en Egipto. El material era frágil y poco duradero, como demuestra el hecho de que prácticamente solo se hayan conservado restos en condiciones ambientales muy favorables, como las del propio Egipto o como en Herculano, ciudad vecina de Pompeya, que quedó destruida tras la famosa erupción del año 79.

 

A nuestros ojos el formato rollo es incómodo. Para empezar, no podía acoger gran cantidad de texto: un rollo de papiro, según las épocas, podía contener entre mil y dos mil versos; así pues, una sola obra literaria podía ocupar varios rollos y estos, los correspondientes a la misma obra, se guardaban juntos en una caja o bolsa, o en varias si era preciso. Esta circunstancia suponía un serio inconveniente para el almacenaje y el transporte. Por otra parte, para la lectura el rollo debía sostenerse con las dos manos, lo que resultaba fatigoso e impedía, por ejemplo, tomar notas a la vez. La tarea era aún más trabajosa si pensamos que no se separaban las palabras y que no había un sistema de puntuación ni otras ayudas al lector.

 

Herculano, s. I e.c. Museo archeologico nazionale di Napoli (Wikipedia)

En Roma, a causa de la asimilación de la cultura griega como propia, también se impuso el rollo de papiro como soporte literario, primero para la poesía y luego para la prosa. Pero entre los romanos el formato autóctono era el de las tablillas de madera, que podían utilizarse de dos maneras: o se ahuecaba la parte central y se rellenaba con una capa de cera en la que se escribía por incisión, o la superficie se blanqueaba y se escribía sobre ella con tinta. Cuando el texto era extenso las tablillas se unían entre sí por un lateral, a la manera de los libros modernos.

 

Tablilla de Vindolanda, S. I-II e.c. (© The Trustees of the British Museum)

Este formato, llamado “códice”, no solo se hizo con madera sino también con pergamino, que se fabricaba con piel de cordero o cabra: se le quitaban los pelos exteriores y la grasa interior y, mojada, se montaba en un bastidor para su secado y pulido hasta convertirla en una lámina fina como una hoja de papel. El nombre de “pergamino” hace referencia a una antigua leyenda que atribuye el invento a la necesidad de conseguir material para la escritura en la biblioteca de Pérgamo, siempre en eterna rivalidad con la biblioteca de Alejandría: Egipto cortó a Pérgamo el suministro de papiro –ya dijimos antes que era prácticamente su monopolio– como represalia porque el rey de Pérgamo había secuestrado al famoso bibliotecario de Alejandría.

 

Las hojas de pergamino se doblaban en dos o en cuatro, se juntaban en cuadernillos de un número variable de hojas y después se encuadernaban.

 

A partir del siglo I los códices de pergamino fueron ganando progresivamente terreno hasta que en el siglo IV acabaron imponiéndose al rollo de papiro. En la actualidad, acostumbrados como estamos a este formato que ha sobrevivido tantos siglos, nos preguntamos cómo el rollo de papiro todavía tardó tanto tiempo en desaparecer. Respecto al material, es cierto que el pergamino es más duradero que el papiro y que pieles de animales pueden encontrarse en cualquier sitio, a diferencia de lo que ocurre con la planta; sin embargo, la manufactura del pergamino era más compleja y delicada. También se ha apuntado que el pergamino era más apropiado que el papiro para ser plegado, pero el caso es que también existieron códices de papiro. Por otra parte, en cuanto al formato, el códice nos parece que ofrece grandes ventajas: por su mayor capacidad el almacenaje y transporte son más fáciles y también consideramos que su manejo es más sencillo; pero lo cierto es que los avances en este sentido, por ejemplo, para encontrar un pasaje tardaron mucho en incorporarse. No olvidemos que, al fin y al cabo, los códices comparten con los rollos su condición de manuscritos y, por tanto, son ejemplares únicos y singulares, donde ninguno es igual a otro, aunque contengan la misma obra. El cambio era de tan gran entidad que costó vencer la inercia de los usuarios y probablemente lo que a nosotros nos parecen ventajas objetivas no hubieran bastado sin la influencia de otros factores económicos y probablemente religiosos, puesto que las primeras comunidades cristianas utilizaban códices y la implantación de estos transcurrió al mismo ritmo que la del cristianismo.

Metamorfosis de Ovidio. S. XII Salamanca BGH Ms. 282

 

Jerónimo vivió precisamente en esta época tan interesante en la que el códice acabó por destronar al rollo. Las imágenes lo representan trabajando en su estudio rodeado de libros, de códices y también de rollos, porque, por lo que hemos visto, realmente él tuvo que manejar ambos formatos. No en vano, en Jerónimo, que realizó buena parte de su trabajo en Belén y teniendo a mano textos judíos, confluye esta tradición “occidental” con las prácticas de las tradiciones librarías hebreas.

 

El Gran rollo de Isaías, Qumran; hebreo, s. II a.e.c. The Israel Museum, Jerusalem (Wikipedia)

En líneas generales, los libros del pueblo judío son herederos del mismo ambiente mesopotámico con algunas influencias levantinas. Sin duda debieron de usar las tablillas como soporte literario, pero no tenemos testimonios directos de ello. El soporte por antonomasia de la literatura hebrea será el rollo pero, a diferencia de Egipto, Grecia y Roma, predominará claramente el pergamino como material hasta entrada la Era Común. A modo de ejemplo ilustrativo, de entre los hallazgos de Qumrán, los conocidos como Rollos del Mar Muerto, se calcula que alrededor de un 90% son pergaminos mientras que solo en algo menos de un 10% el material es papiro. De hecho, uno de los libros más representativos del judaísmo, el rollo de la Torá , ha de copiarse hasta la actualidad sobre piel de animal para que cumpla los requisitos litúrgicos. Fuera de estos usos prescriptivos, es normal pensar que también las comunidades judías fueron asumiendo con el espíritu de los tiempos el codex como formato predilecto, incluso para la Biblia, aunque, quizá con algo más de lentitud que entre los cristianos.

 

Es innegable el éxito del códice, que abrió nuevas posibilidades para el libro y se ha mantenido como el formato librario por excelencia hasta nuestra época, en la que estamos asistiendo al surgimiento del soporte electrónico. Su forma no experimentó cambios sustanciales, sino que evolucionó lentamente incorporando mejoras que hacían más fácil su manejo (foliación, paginación, índices, etc.) y avances técnicos determinantes. Entre estos últimos mencionamos los dos fundamentales: la llegada del papel, que, conocido en China desde mucho antes, fue traído a Europa por los árabes a partir del siglo XII. En segundo lugar, la invención de la imprenta a mediados del siglo XV. Significativamente uno de los primeros impresos “incunables” (los fabricados antes del año 1500) fue la Biblia de Gutenberg (1456), probablemente el libro que más veces se ha imprimido en la historia.

 

La combinación de estos dos avances determinó el progresivo abaratamiento y la difusión nunca imaginada de los libros, que durante largos siglos habían sido privilegio de unos pocos.

 

Biblia de Gutenberg. 1454/55. Introducción de San Jerónimo. (Wikipedia)

Cavallo 1995(=1975); Diringer 1982; Escolar Sobrino 1988; Kenyon 19512; Stern 2008, 2017.

¿Cómo eran los libros en la antigüedad?

Responder a esta pregunta no es fácil porque la mayor parte de los libros se hicieron con material perecedero, como la madera o las hojas. Pero aun así, se han conservado algunos ejemplos que nos permiten hacernos una idea.

 

Los pueblos que habitaron en Mesopotamia hace casi 6000 años utilizaron tablillas de arcilla para dejar por escrito una voluminosa y variada literatura, además de textos de otros tipos. Sobre la arcilla aún blanda el escriba trazaba los signos con una caña que producía una incisión en forma de cuña, lo que se llama la “escritura cuneiforme”, que generalmente era muy menuda y apretada. Se escribía sobre ambos lados de la tablilla, que después se dejaba secar. Si la extensión del texto exigía usar más de una, se numeraban y en cada una se consignaba su contenido.

 

Los egipcios usaron como materia prima para sus libros el papiro, planta muy extendida en la zona y de la que tenían prácticamente el monopolio. Sobre una capa de fibras extraídas del interior de su tallo se colocaba otra con las fibras dispuestas en perpendicular, se aplicaba una capa de cola y, una vez seca, se pulía obteniendo así una superficie de la que se recortaban hojas. Estas se unían formando una larga banda de papiro sobre la que se escribía, generalmente solo sobre una de las caras; esta banda se enrollaba sobre un eje de madera o marfil dejando el lado escrito en la parte interna y, por tanto, relativamente protegido.

 

Precisamente por este hecho de estar enrollado sobre sí y por la necesidad de desenrollarlo para leerlo a este tipo de libro se le llama “volumen”.

Bajorrelieve del palacio de Tiglat-Pileser III (Nimrud, ca. 728 a.e.c.). El escriba de la izquierda está usando una tablilla (acadio y cuneiforme) mientras que el otro emplea un rollo, posiblemente de piel (arameo y lineal). (© The Trustees of the British Museum)

El rollo de papiro fue utilizado también como soporte literario por los griegos y por los romanos, que sucesivamente gobernaron en Egipto. El material era frágil y poco duradero, como demuestra el hecho de que prácticamente solo se hayan conservado restos en condiciones ambientales muy favorables, como las del propio Egipto o como en Herculano, ciudad vecina de Pompeya, que quedó destruida tras la famosa erupción del año 79.

 

A nuestros ojos el formato rollo es incómodo. Para empezar, no podía acoger gran cantidad de texto: un rollo de papiro, según las épocas, podía contener entre mil y dos mil versos; así pues, una sola obra literaria podía ocupar varios rollos y estos, los correspondientes a la misma obra, se guardaban juntos en una caja o bolsa, o en varias si era preciso. Esta circunstancia suponía un serio inconveniente para el almacenaje y el transporte. Por otra parte, para la lectura el rollo debía sostenerse con las dos manos, lo que resultaba fatigoso e impedía, por ejemplo, tomar notas a la vez. La tarea era aún más trabajosa si pensamos que no se separaban las palabras y que no había un sistema de puntuación ni otras ayudas al lector.

 

Herculano, s. I e.c. Museo archeologico nazionale di Napoli (Wikipedia)

En Roma, a causa de la asimilación de la cultura griega como propia, también se impuso el rollo de papiro como soporte literario, primero para la poesía y luego para la prosa. Pero entre los romanos el formato autóctono era el de las tablillas de madera, que podían utilizarse de dos maneras: o se ahuecaba la parte central y se rellenaba con una capa de cera en la que se escribía por incisión, o la superficie se blanqueaba y se escribía sobre ella con tinta. Cuando el texto era extenso las tablillas se unían entre sí por un lateral, a la manera de los libros modernos.

 

Tablilla de Vindolanda, S. I-II e.c. (© The Trustees of the British Museum)

Este formato, llamado “códice”, no solo se hizo con madera sino también con pergamino, que se fabricaba con piel de cordero o cabra: se le quitaban los pelos exteriores y la grasa interior y, mojada, se montaba en un bastidor para su secado y pulido hasta convertirla en una lámina fina como una hoja de papel. El nombre de “pergamino” hace referencia a una antigua leyenda que atribuye el invento a la necesidad de conseguir material para la escritura en la biblioteca de Pérgamo, siempre en eterna rivalidad con la biblioteca de Alejandría: Egipto cortó a Pérgamo el suministro de papiro –ya dijimos antes que era prácticamente su monopolio– como represalia porque el rey de Pérgamo había secuestrado al famoso bibliotecario de Alejandría.

 

Las hojas de pergamino se doblaban en dos o en cuatro, se juntaban en cuadernillos de un número variable de hojas y después se encuadernaban.

 

A partir del siglo I los códices de pergamino fueron ganando progresivamente terreno hasta que en el siglo IV acabaron imponiéndose al rollo de papiro. En la actualidad, acostumbrados como estamos a este formato que ha sobrevivido tantos siglos, nos preguntamos cómo el rollo de papiro todavía tardó tanto tiempo en desaparecer. Respecto al material, es cierto que el pergamino es más duradero que el papiro y que pieles de animales pueden encontrarse en cualquier sitio, a diferencia de lo que ocurre con la planta; sin embargo, la manufactura del pergamino era más compleja y delicada. También se ha apuntado que el pergamino era más apropiado que el papiro para ser plegado, pero el caso es que también existieron códices de papiro. Por otra parte, en cuanto al formato, el códice nos parece que ofrece grandes ventajas: por su mayor capacidad el almacenaje y transporte son más fáciles y también consideramos que su manejo es más sencillo; pero lo cierto es que los avances en este sentido, por ejemplo, para encontrar un pasaje tardaron mucho en incorporarse. No olvidemos que, al fin y al cabo, los códices comparten con los rollos su condición de manuscritos y, por tanto, son ejemplares únicos y singulares, donde ninguno es igual a otro, aunque contengan la misma obra. El cambio era de tan gran entidad que costó vencer la inercia de los usuarios y probablemente lo que a nosotros nos parecen ventajas objetivas no hubieran bastado sin la influencia de otros factores económicos y probablemente religiosos, puesto que las primeras comunidades cristianas utilizaban códices y la implantación de estos transcurrió al mismo ritmo que la del cristianismo.

 

Metamorfosis de Ovidio. S. XII Salamanca BGH Ms. 282

 

Jerónimo vivió precisamente en esta época tan interesante en la que el códice acabó por destronar al rollo. Las imágenes lo representan trabajando en su estudio rodeado de libros, de códices y también de rollos, porque, por lo que hemos visto, realmente él tuvo que manejar ambos formatos. No en vano, en Jerónimo, que realizó buena parte de su trabajo en Belén y teniendo a mano textos judíos, confluye esta tradición “occidental” con las prácticas de las tradiciones librarías hebreas.

 

El Gran rollo de Isaías, Qumran; hebreo, s. II a.e.c. The Israel Museum, Jerusalem (Wikipedia)

En líneas generales, los libros del pueblo judío son herederos del mismo ambiente mesopotámico con algunas influencias levantinas. Sin duda debieron de usar las tablillas como soporte literario, pero no tenemos testimonios directos de ello. El soporte por antonomasia de la literatura hebrea será el rollo pero, a diferencia de Egipto, Grecia y Roma, predominará claramente el pergamino como material hasta entrada la Era Común. A modo de ejemplo ilustrativo, de entre los hallazgos de Qumrán, los conocidos como Rollos del Mar Muerto, se calcula que alrededor de un 90% son pergaminos mientras que solo en algo menos de un 10% el material es papiro. De hecho, uno de los libros más representativos del judaísmo, el rollo de la Torá , ha de copiarse hasta la actualidad sobre piel de animal para que cumpla los requisitos litúrgicos. Fuera de estos usos prescriptivos, es normal pensar que también las comunidades judías fueron asumiendo con el espíritu de los tiempos el codex como formato predilecto, incluso para la Biblia, aunque, quizá con algo más de lentitud que entre los cristianos.

 

Es innegable el éxito del códice, que abrió nuevas posibilidades para el libro y se ha mantenido como el formato librario por excelencia hasta nuestra época, en la que estamos asistiendo al surgimiento del soporte electrónico. Su forma no experimentó cambios sustanciales, sino que evolucionó lentamente incorporando mejoras que hacían más fácil su manejo (foliación, paginación, índices, etc.) y avances técnicos determinantes. Entre estos últimos mencionamos los dos fundamentales: la llegada del papel, que, conocido en China desde mucho antes, fue traído a Europa por los árabes a partir del siglo XII. En segundo lugar, la invención de la imprenta a mediados del siglo XV. Significativamente uno de los primeros impresos “incunables” (los fabricados antes del año 1500) fue la Biblia de Gutenberg (1456), probablemente el libro que más veces se ha imprimido en la historia.

 

La combinación de estos dos avances determinó el progresivo abaratamiento y la difusión nunca imaginada de los libros, que durante largos siglos habían sido privilegio de unos pocos.

 

Biblia de Gutenberg. 1454/55. Introducción de San Jerónimo. (Wikipedia)

Cavallo 1995(=1975); Diringer 1982; Escolar Sobrino 1988; Kenyon 19512; Stern 2008, 2017.

TIMELINE

CRONOLOGÍA DE LOS FORMATOS

DESPLEGAR CRONOLOGÍA

LIBROS MANUSCRITOS

Tablilla cuneiforme procedente de la Biblioteca de Asurbanipal, 685-627 a.e.c. (© The Trustees of the British Museum)

A partir del 4000 a.e.c.

Sumerios, Acadios, Babilonios, Asirios, etc.: tabletas de arcilla

Tablilla cuneiforme procedente de la Biblioteca de Asurbanipal, 685-627 a.e.c. (© The Trustees of the British Museum)

Estatua de Imhotep. Posterior al s. VII a.e.c. (© The Trustees of the British Museum)

A partir del 3000 a.e.c.

Egipcios: rollos de papiro y piel

Estatua de Imhotep. Posterior al s. VII a.e.c. (© The Trustees of the British Museum)

A partir del siglo IX a.e.c.

Hebreos: rollos de piel

A partir del siglo VII a.e.c.

Griegos: rollos de papiro

A partir del siglo III a.e.c.

Romanos: tablillas de madera y rollos de papiro

A partir del siglo I e.c.

Imperio romano: códices de papiro y pergamino

Siglo I-II e.c.

Invención del papel en China
San Jerónimo manejando un rollo, aunque en la imagen se ven también códices. Copia anónima de un grabado de José de Ribera, S. XVII. (© The Trustees of the British Museum)

Siglo IV e.c.

Imperio romano: triunfo del códice de pergamino

San Jerónimo manejando un rollo, aunque en la imagen se ven también códices. Copia anónima de un grabado de José de Ribera, S. XVII. (© The Trustees of the British Museum)

Gramática latina de Prisciano. Siglo XII. BG/Ms. 2682

Siglo IX

Primeros códices manuscritos de autores clásicos conservados

Gramática latina de Prisciano. Siglo XII. BG/Ms. 2682

Mediados del siglo XII

Llegada del papel a Europa

LIBROS IMPRESOS

Biblia de Gutenberg. 1454/55. Introducción de San Jerónimo. (Wikipedi

Mediados del siglo XV

Invención de la imprenta: impresión de la Biblia de Gutenberg

Biblia de Gutenberg. 1454/55. Introducción de San Jerónimo. (Wikipedia)

1500

Desde la invención de la imprenta hasta 1500 los impresos se llaman incunables
Biblia de Lutero 1534 (Wikipedia)

1534

Biblia de Lutero

Biblia de Lutero 1534 (Wikipedia)

1602

Biblia Reina Valera

1611

Biblia King James

ESQUEMA DE TRABAJO

EL TRABAJO DE JERÓNIMO

Esquema de trabajo de Jerónimo. Exposición El León y la Pluma Universidad de Salamanca

Versiones bíblicas

SS. VII-X e.c.
(escritura de las vocales
y acentos)
Texto masorético בְּרֵאשִׁ֖ית בָּרָ֣א אֱלֹהִ֑ים אֵ֥ת הַשָּׁמַ֖יִם וְאֵ֥ת הָאָֽרֶץ׃ Hebreo
S. III e.c. Hexapla 2ª col. Βρησιθ βαρα ελωειμ εθ ασαμαιμ ουεθ ααρες. Transcripción del hebreo
en caracteres griegos
SS. III a.e.c. - II e.c Septuaginta ᾿Εν ἀρχῇ ἐποίησεν ὁ θεὸς τὸν οὐρανὸν καὶ τὴν γῆν. Griego
S. II e.c. Áquila Ἐν κεφαλαίῳ ἔκτισεν ὁ θεὸς σὺν τὸν οὐρανὸν καὶ σὺν τὴν γῆν. Griego
SS. I-II e.c. Teodoción ᾿Εν ἀρχῇ ἔκτισεν ὁ θεὸς τὸν οὐρανὸν καὶ τὴν γῆν. Griego
S. II e.c. Vetus Latina In principio fecit Deus coelum et terram. Latín
SS. I-II e.c. Targum Onquelos בֲקַדמִין בְרָא יוי יָת שְמַיָא וְיָת אַרעָא׃ Arameo
SS. II-IV e.c. Pšiṭta ܒܪܫܝܬ ܒܪܐ ܐܠܗܐ ܝܬ ܫܡܝܐ ܘܝܬ ܐܪܥܐ܂ Arameo (siriaco)
SS. IV-V e.c. Vulgata In principio creavit Deus caelum et terram. Latín
1534 Lutero 𝔄𝔪 𝔄𝔫𝔣𝔞𝔫𝔤 𝔰𝔠𝔥𝔲𝔣𝔣 𝔊𝔬𝔱𝔱 ℌ𝔦𝔪𝔪𝔢𝔩 𝔲𝔫𝔡 𝔈𝔯𝔡𝔢. Alemán
1602 Reina – Valera En el principio crió Dios los cielos, y la tierra. Castellano
1611 King James In the beginning God created the Heauen, and the Earth. Inglés

Versiones bíblicas

Lo que se conoce dentro del cristianismo como “Antiguo Testamento” es un grupo de textos de variadísimos orígenes (tanto en el tiempo como en el espacio) y no menor diversidad temática y formal entre los que podemos distinguir un amplio abanico de géneros literarios. Este conjunto terminaría por ser aceptado como el canon sagrado de los judíos y, posteriormente y con algunas modificaciones, de los cristianos. Compuesto mayoritariamente en hebreo, se escribió de acuerdo a las costumbres gráficas de esa lengua, es decir, escribiendo solo las consonantes. Mucho tiempo más tarde las diferentes tradiciones de pronunciación empezaron a ponerse por escrito, desarrollando un sistema de vocales y acentos; la que acabaría imponiéndose a las restantes es la que fijaron los masoretas (escribas y eruditos judíos dedicados al estudio y transmisión del canon) de Tiberíades, una ciudad situada a orillas del Mar de Galilea, entre los siglos VII y X e.c. La unión de esta vocalización con la estructura consonántica es lo que se conoce como texto masorético y es la base de numerosas traducciones modernas.

 

Mucho antes de que la versión masorética se formase, la comunidad judía de Alejandría tuvo la necesidad de proveerse de una traducción en griego, la lengua vehicular del Egipto helenístico, probablemente por el progresivo desconocimiento del hebreo. La leyenda transmite que la traducción fue realizada en 72 días por 72 eruditos llegados a Alejandría desde Jerusalén, de ahí que el nombre con el que fuese conocida llegase a ser “de los Setenta” o Septuaginta. Parece seguro que en la primera mitad del siglo III a.e.c. se tradujo la Torá, es decir, los primeros cinco libros (lo que se conoce como Pentateuco en la tradición cristiana) y posteriormente se fue completando la traducción del canon judío. El proceso fue lento y con bastante probabilidad no se completó hasta el siglo I o II e.c. Para entonces el judaísmo había cambiado lo suficiente como para dar origen, entre otros, a dos grupos religiosos mayoritarios: uno, acabaría por conformar el judaísmo rabínico, el otro es el de los cristianos. Estos últimos asumirían rápidamente la Septuaginta como texto sagrado. Ante esto surgieron desde el ámbito judío nuevas versiones griegas. La de Áquila, realizada en el siglo II e.c., es muy literal y pegada al hebreo, mientras que bajo la atribución a Teodoción y en un estilo más libre, se esconde un proceso más largo de traducción y revisión que comienza en el siglo I e.c. y culmina en el siglo II e.c. Ambas versiones, junto a la Septuaginta y a la traducción de Símaco, también griega y probablemente elaborada a finales del siglo II e.c., fueron editadas a mediados del siglo III e.c. en columnas paralelas por Orígenes conformando una obra filológica monumental conocida como la Hexapla; a esas cuatro columnas Orígenes antepuso una primera con el texto hebreo y una segunda, con la transcripción del hebreo en letras griegas.

 

Dependiente de las versiones griegas, la Vetus Latina muestra una prolija y muy diversa transmisión. Bajo este nombre se conocen las versiones latinas distintas de la Vulgata, no necesariamente anteriores, aunque los primeros testimonios se pueden localizar en el siglo ii e.c. en el norte de África y en la península itálica. Todas estas traducciones van a presentar una novedad respecto a las versiones previas: por primera vez encontramos una tradición que es desde su comienzo exclusivamente cristiana, es decir, que va a incluir también la traducción de los textos del Nuevo Testamento, originalmente redactado en griego. El conocimiento de las ueteres latinae es discontinuo y depende de las citas de los autores cristianos latinos y de las copias de algunos libros, pero podemos saber con seguridad que no solo dependen de la Septuaginta.

 

El griego no fue la única lengua a la que los judíos tradujeron su canon sagrado. En el siglo VI a.e.c. comienza el dilatado proceso por el cual la comunidad judía acabará por asumir el arameo como lengua vernácula en detrimento del hebreo, que se sigue usando para el culto. Esto hará cada vez más difícil la comprensión de los textos, por lo que, como en el caso de la comunidad alejandrina, comienzan a traducirse a la lengua en uso, esto es, el arameo. Estas traducciones se denominan targumin y tienen tendencia a ser parafrásticas e interpretativas, lo que ha hecho pensar que quizá su origen esté en el ámbito sinagogal. El que mayor repercusión ha tenido es sin duda el Targum de Onquelos, que se cree compuesto entre los siglos I y II e.c. y solo abarca la Torá.

 

Una traducción al arameo más estricta, esta vez en su variante siriaca, se debió realizar a partir del siglo ii e.c., aunque sus orígenes son oscuros. Esta versión, conocida como Pšiṭta (‘simple’, ‘sencilla’) acabaría por convertirse en la biblia de uso estándar en el cristianismo oriental de tradición aramea. El Antiguo Testamento depende de un original hebreo, mientras que el Nuevo proviene de una versión griega. Aunque no existe consenso sobre si la traducción es una iniciativa, en su origen, exclusivamente cristiana, lo cierto es que rápidamente es asumida como tal. 

 

El papel que la Pšiṭta desempeña en la cristiandad oriental lo acabaría desempeñando dentro del cristianismo occidental la Vulgata que es en gran medida, pero no exclusivamente, el resultado del trabajo de Jerónimo de Estridón (ca. 345-420). En contraposición a las ueteres latinae, la Vulgata parte de los textos originales. Jerónimo tradujo del hebreo y el arameo la mayor parte del Antiguo Testamento (aunque incluyó en algunos libros traducciones de las versiones griegas) y revisó los Evangelios; el resto de textos que forman el canon presente en la Vulgata provienen más o menos retocados de la Vetus Latina. La Vulgata entraría en la Edad Moderna en la edición clementina (1592), vigente hasta finales del siglo xx como texto estándar de la Iglesia católica romana.

 

La edición clementina es deudora del ambiente postridentino. En efecto, la Reforma, en sus diferentes formas, había defendido la traducción de la Biblia a las lenguas vernáculas; la puesta en práctica resultó en tres notables versiones, todas ellas siguiendo el principio que inspiró a Jerónimo de traducir desde los textos originales. La primera fue la que realizó Lutero en alemán, publicada en 1534. También de los textos originales hebreos, arameos y griegos fue la traducción al castellano de Casiodoro de Reina, conocida como Biblia del Oso (1569) por la imagen de la portada. Ya en el siglo xvii, Cipriano de Valera publicó una revisión (1602), convirtiéndose la Biblia de Reina – Valera desde entonces y hasta la actualidad en las más usada por los protestantes de habla castellana. Pocos años después vio la luz en inglés la Biblia King James (1611), o del Rey Jacobo, que como su nombre indica gozó del patrocinio regio. Esta versión también parte de los textos originales aunque tuviese como base explícita la anterior Biblia de los obispos (1602). 

 

Berger 1893; Bogaert 1988a; Bogaert 1988b; Brock 1988; Díez Macho 1972; Fernández Marcos 2008; Law 2014; Schniedewind 2013; Trebolle 2014.